La pintura es en primer lugar manifestación vital de la realidad, donde el gesto, los colores, la textura, el soporte, deben abstraer al espectador para vivir el paisaje de la naturaleza. Araya, joven artista chileno, produce ya los efectos de “abrir ventanas” desde su propio paisaje interior. Nos devuelve una naturaleza distinta, llena de color y fuerza.

Hay vitalidad y mucha energía en la obra de Araya, pero también hay una sensibilidad, un juego lúdico desde el color a las sutiles figuraciones que aparecen en sus telas. Coincide estilísticamente con varios aspectos del expresionismo abstracto, alcanzando esta abstracción, en los símbolos y texturas, donde despliega la tensión expresiva a partir de la gestualidad del trazo, develando el misterio, sugiriendo, para luego esconder. Araya busca establecer un diálogo entre lo visible y lo invisible, mediante la profundidad de la acción plástica y la contemplación vital.

Araya persigue y consigue un alto vuelo a través de empastes y granos minerales, realizando una topografía del mundo interior. Ampliando y ocultando el imaginario universal, como profunda alegoría del hombre, busca antropológicamente en la materia, los límites de los movimientos corporales; así aparecen tanto lo acuoso como lo aéreo, donde la textura revela el esqueleto de las formas, avanzando para atraer al hombre del sueño, al hombre mítico y orgánico.